Somos
muchos los que a pesar de todo, seguimos creyendo con fervor, en la
supervivencia de la bondad, instalada en nuestro ser, no con poca
frecuencia capaz de emerger de entre el dolor profundo y la
decepción. Sumida a veces en trágicos y advenedizos
acontecimientos, que desvirtúan el fin último, la consistencia de
nuestras relaciones, dando pábulo a misteriosas intenciones,
pretendiendo enturbiar sin razón el amplio proyecto de construcción,
de evolución honesta que todos deberíamos fomentar.
Creo
que, más tarde o más temprano, la bondad demuestra su hegemonía.
Puede ser observada, examinada, con el análisis de las consecuencias
que procura el ejercicio del mal, consciente y premeditado. Con su
propiedad imprime la fuerza invisible capaz de dotar a los símbolos
engañosos, de la metamorfosis destructora de las malas voluntades.
Esa propiedad, única, indivisible, quizás solo se encuentre
mediante la defensa vehemente de la verdad.
Hoy
vuelvo amargada, derrotada, perpleja y casi bloqueada por las
circunstancias que me rodean. El mundo me parece hostil, y sin
embargo me declaro actora de su presente. Pretendo no desviarme del
camino que elegí y vengo trazando, porque éste me parece
consecuente. Como creyente en un ser superior que me acompaña,
admiro sus intenciones. Como mujer que intenta madurar, debo decir
que el mensaje me parece claro, pero cae como arena entre mis manos.
Hoy no consigo mantener mis principios, y quizás sepa qué me impide
defenderlos.
La
destreza que mi alma necesita, se encuentra ahogada en un mar de
dificultades. He olvidado de repente como se nada hacia adelante, y
solo busco una orilla donde pueda descansar. Vuelvo agotada por mis
propias exigencias, que esperan de mi, lo que aún está por
conseguir.
Nunca
me he dejado atrapar por la derrota, porque aceptarla sería sucumbir
al deseo inmediato de pertenecer al vacío. Si he mostrado en
ocasiones mi fragilidad, y no me arrepiento, ya que un día sera solo
parte de mi aprendizaje. Pero esa misma debilidad aun novata en su
quehacer, fecunda de manera inclemente el temor a ser vencido, y
paraliza hoy mi estado natural, reflejando en mi mirada parte de la
desesperanza que mis errores causan sobre mi amor propio.
A
estas alturas de mi reflexión, es cuando pienso en esa práctica que
los que creemos en el espíritu solemos realizar a diario. Ese examen
interior de lo ocurrido, que somete a prueba de calidad nuestras
acciones. Llamado generalmente “Acto de contrición”, cuando más
veces seguro, debería ser llamado “Acto de contradicción”.