sábado, 1 de diciembre de 2018

La cima del mundo

En la cima del mundo, donde el ser humano es apenas un muñeco, se aprecia mejor la realidad.
Somos la nada, y de la nada pretendemos imperios, a costa de las propias vidas, que nos arrancamos entre nosotros mismos.
No hacen falta terremotos, ni huracanes, ni inundaciones, hemos sido rápidos y astutos para aprender a destruirnos entre nosotros.
Donde Dios nos dió materia prima suficiente, para organizar y crear una vida pacífica, vinieron los "lobos de la ambición" a imaginar un mundo hecho a medida para unos pocos.
Donde Dios nos regala la naturaleza inmensa a nuestros pies, llegaron los "lobos de la explotación" a manosear los bosques, agujerear montañas, reventar a escopetazos la fauna esplendorosa.
A los hijos del futuro les dejamos guerras, tráfico de armas, drogas, necedad y miseria. A sumar, el desastre ecológico, programado por los monopolios de empresas de turno, que compran a los gobiernos. Empezamos por la lanza y las flechas y estamos terminando con los gases tóxicos y bombas humanas, entre otros.
Y para colmo de males, formas y más formas de nombrar al pecado, con sponsors eclesiásticos de catadura moral demostrada, cual pastores que acogen a la oveja descarriada, para lavar su conciencia en pilas de agua que convirtieron en maldita.
Tendríamos que preguntarnos que es lo que dejamos en herencia a los que llegan...
Si enseñamos a los hijos a competir, o a colaborar. Si les preparamos para ser los mejores en tantas disciplinas como inventemos, menos en la del "ser", por encima del "tener".
Así cuando alguien o algo les arrebate sus posesiones, quedarán vacíos, sin haber sabido que sus cuerpos contienen un alma, un espíritu que nace libre y con esperanza.
Y desde el momento en que lo sientan, en que sepan que no importa cuántos bienes o poderes acumulen, porque el ser, la personalidad, el carácter, la voluntad, la constancia, la fuerza, etc .. entonces serán dueños de su presente y su futuro, porque esas armas son las únicas guerreras con las que podrán avanzar sin ser pisoteados por este mundo que aún se mantiene a la deriva.