miércoles, 19 de febrero de 2014

BRAVURA AL VIVIR, DULZURA DE SER

Siento que los días pasados cargaron en mi cuerpo un muro de hormigón. Y no puede derribarlo cualquier fuerza, es un muro construído con dolor, a golpe de lágrimas cansadas, de silencios fríos y soledad forzada.

Recuerdo mis pasos inevitables por un camino que hoy podría andar a ciegas. Y una fuerza poderosa me decía que ningún agotamiento debía interrumpir mi propósito diario, y es que el fin era importante, más que una simple debilidad humana, o la queja frágil de un llanto inundado.
 
Recuerdo días de inmensa tristeza que querían hundir la energía que aún necesitaba. Sabía que allí ella me esperaba, llena de valor, llena de lucha en un cuerpo abatido, con una sonrisa que comprometía la verdad con la ilusión de aguantar.



Ella... ella nunca lloraba, admiraba la belleza y consentía el dolor, de la vida me decía que era un don del señor, y a pesar de las tristezas, alababa su esplendor. Ella abarcaba mi vida, ella...  me enseñó a ser yo. Contenía su mirada tantos días de valor, luchados con espada de coraje, a gigantes de lágrimas venció.
 
Fortaleza imbatible... me obliga a no olvidar nunca que ni en los peores días, ni en esos que las fuerzas su debilidad casi vencía, no quiso borrar de su rostro la mirada más dulce, la sonrisa más sincera, ni la llama intensa de su existencia.
 
Y por eso no se me olvida, que de pronto había ocasiones, en que fue capaz de alternar con suma sabiduría la bravura y la dulzura, esa difícil misión, la cumplió estrictamente, en eso también triunfó.

Gracias por eso mamá.